Ma’at, o la esencia del Orden invisible (III)


Somos lo que hemos sido. Lo bueno y lo malo. En el momento de escribir estas líneas me acuerdo del tiempo en el que empecé este blog, y de una herida sangrante que ya ha cicatrizado. Todo eso pasó y me hizo más fuerte. Mientras pulso las teclas tengo puesta una canción que hacía más de diez años que no había vuelto a escuchar. Y lo hago en paz, sabiendo que también aquellos sentimientos que me despertó en su día han cambiado con el paso del tiempo. Recuerdos de ayer. Presentes de hoy que forman parte de mi ser, como lección aprendida. Ahora mi sangre mana por otra brecha, pero esa brecha espero que se cerrará también. Y aprenderé. Y sentiré lo que tenga que sentir. Es mi deber y mi obligación como mortal.

A veces nos pasa eso. Que no sabemos aceptar el dolor 1Dolor como fuente de experiencia. Cuando aprendemos a conducir (no soy un buen conductor, pero puede servir el ejemplo) lo primero que nos dicen es que hay que mirar al fondo de la carretera. De lo contrario, si nos quedamos con lo inmediato las probabilidades de perder la referencia y la perspectiva pueden provocar un volantazo, o una curva demasiado cerrada. En la vida sucede igual. Si uno se queda anquilosado en lo inmediato, en el tropezón que te hace caer, pierde la referencia. El Centro.

Lo llamamos mala suerte. Rechazo. Fealdad. Vejez. Lo achacamos al otro, siempre al otro, y no nos vemos. No lo vemos. Hay un sentido en el Dolor. Hay un por qué en lo que nos sucede.

Si existe un Orden, si todo tiende a la Antropía aunque la materia, que es sólo una parte de la realidad, quiera confundirnos de lo contrario, entonces Ma’at desarrolla sus otros significados.

Ma’at como verdad.

Entre ellos, el de la Verdad. No las verdades del barquero, o aquello que nos dicen ahora que tenemos que aceptar como absoluto, como si fuera el Talmud. La Verdad revelada, o aquella que parte de un Orden lógico y trascendente.

La Verdad os hará libres, decía Alguien hace mucho tiempo. Pero queda muy claro que existen muchos interesados en que lo que prime sea todo lo contrario, la esclavitud. Esclavitud que empieza en los sentidos y termina en las personas, en los actos, en el modo de regir nuestras vidas y hasta en el sentido o finalidad que podamos tener de las mismas.

ma'ar

Los egipcios afirmaron que para mantener Ma’at  era necesario atender siempre a la veracidad. En papiros encontrados junto a los difuntos se expresa este mandamiento, cuando al llegar a la Sala de las Dos Verdades el finado debía realizar una confesión negativa, es decir, aquella en la cual expresase que su vida no se había conducido por los criterios del Caos, sino por los de la Armonía.

Ay. Nos cuesta mucho, por lo visto, ser veraces en este mundo.

Es más fácil dejarse llevar. Es más fácil mentir. Es más fácil dejar que la vista nos engañe, y nos seduzca para conducirnos a lo efímero. A la belleza física. A los Audis. A la ropa de Mango o los trajes de Pierre Cardin. Al bíceps. A la apariencia de vida exitosa. A los índices de la Bolsa. A la idealización. Lo peor no es sólo que todos, inconscientemente, practicamos estas mentiras. No.

Lo peor es que nos las creemos, además.

Éste es un blog de sentimientos y de trascendencias, por lo tanto no voy a entrar a analizar los detalles vacuos y materiales que hacen de nuestras vidas algo adulterado, como el tomate de bote o la carne de caballo. Analizaremos el resto.

Lo primero de todo, es entrar a valorar qué sinceridadhay de verdad en nosotros. Cuánto de lo que traducimos al exterior se corresponde realmente con lo que existe en el interior. Muchas veces, cuando tratamos de iniciar relaciones (de amor, de amistad, laborales, lo que sea) estamos más preocupados de mostrar nuestro lado bueno que las cosas menos positivas, sin entender que unas y otras forman parte, en la misma medida, de nuestra propia esencia. Que ambas SOMOS nosotros. Y cuando pienso en eso me acuerdo de lo que me sucedió con mi primera novia (realmente, la única persona con la que he tenido una relación a la que puedo llamar de ese modo). Cuando la conocí, ella se forjó en su cabeza la imagen de algo así como un John Lennon barbudo que tocaba la guitarra y era la leche. Adonismo, atribución de cualidades en una persona que no posee, pero que se desea que se posean. Eso no fue lo que dio al traste con la relación. Lo que la finiquitó (ya puedo decirlo con el paso de los años, después de haber madurado y de haber hecho examen de mis propios actos) no fue que yo no fuese Lennon, obviamente, sino que quise seguir siendo para ella lo que ella creía que yo era. El resultado, lectores, os lo podéis imaginar. Fue una completa huida hacia delante, un intento desesperado por mantener el amor de una persona que no me quería por lo que era, sino por lo que creyó que era. Esa falta de verdad hacia mí mismo me condujo a escenarios indeseables, como la dependencia emocional y la asunción como propia de una máscara que cada vez era más pesada y desnivelaba mi rostro hacia el suelo, impidiéndome ver el horizonte, y un final no por anunciado menos doloroso. También la necesidad de mentir (mentiras no demasiado graves, todo hay que decirlo) para retener lo que no se puede retener.

corazon roto

La mujer de la Casa del Árbol se fue y me dejó el corazón absolutamente roto. Entonces no entendí demasiado bien cuál había sido la causa de su marcha, y me culpé a mí mismo por todos los errores, cuando en realidad ni ella ni yo sabíamos nada de la vida todavía. Tardé dos años enteros en recuperarme de aquello, porque cuando uno destruye su persona completamente volver a armarla es un proceso que dura muchísimo tiempo. Y me prometí a mí mismo que nunca, jamás, volvería a vestirme esa máscara. Que cuando conociese a otras personas me mostraría tal y cual soy.

Aproximadamente, y después de diez años (cómo pasa el tiempo…) creo que es un proceso resuelto. El resultado es un Maajeru distinto. Menos convencional y por tanto menos previsible. He vuelto a tener desengaños amorosos, pero en esos desengaños al menos me queda la satisfacción íntima de saber que no ha sido la debilidad la causa del fracaso, sino accidentes externos. Puede que algunos fallos míos también, pero nadie es perfecto.

Ser veraz. Único modo de hacer Ma’at en esteverdad 1 mundo tan absolutamente falso en el que nos movemos. Eso, a veces (ya he hablado de ello) cuesta algunos disgustos. En mi caso, ha supuesto algún despido y no tener una vida como la de otros. No puedo fingir que me atrae lo mismo que a la Masa. No ansío posesiones materiales, ni voy a quebrantar mis votos personales por un ascenso o por conseguir lo que quiero pisando a los demás, engañando o usando tretas. Tampoco para que mis cercanos los tengan. Tengo mis propios pensamientos y pensar es algo duro para según quién. Se traduce en muchos órdenes, desde meter una papeleta en una urna a opinar. Y ya me va dando un poco igual lo que la gente piense o sienta con esas opiniones. Sólo las guardo cuando no deseo herir, aunque pueda tener (o sentir, que a veces no son términos paredros) motivos para hacerlo. Con más razón cuando carezca de ellos.

Cuando falle en esa obligación, recordádmela, por favor.

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