Cuando el enemigo eres tú (III)


Causas externas

Hasta aquí, aquello que nos compete a nosotros mismos. Pero como no podemos sustraernos del entorno en el que vivimos, es inevitable que parte del bombardeo que éste ejerce nos llegue, y nos afecte.

El caldo de cultivo natural para que enfermedades como la ansiedad o la depresión aparezcan es una vida sin amor. Familias desarraigadas, malas experiencias escolares, adolescencias traumadas, rechazo social o sentimental, separaciones, rupturas, pérdidas de familiares y un largo etcétera que acaba teniendo el denominador común de una carencia de afecto.

El afecto es tan importante en esta vida como respirar. Nunca me cansaré de repetirlo. Desde antes, incluso, de nacer.

images 15Y ya empezamos mal con eso. A veces un hijo no es deseado. En algunas ocasiones, se tiene en unas condiciones completamente inadecuadas. En otras, al fin, se hace de forma poco consciente o con la ausencia real o espiritual de uno de los padres, o de ambos. Según numerosos estudios, un bebé es un ser capaz de recoger esas impresiones ya incluso dentro del vientre de su madre. Y sin embargo no se hace el hincapié suficiente en hacer lo más natural y afectuosa posible esta etapa de la vida. No se inculca a las parejas la importancia de una gestación afectuosa y libre de sobresaltos, consecuente y responsable con la importancia de traer al mundo una vida. Tampoco el espacio es el adecuado: las maternidades ahora son un espacio quirúrgico en el cual la emoción y la naturaleza brillan por su ausencia, y donde se practican más cesáreas y episiotomías de las necesarias, donde al niño o la niña se lo llevan apenas nacido y no le permiten dirigirse hacia el pecho de su madre de forma natural. Donde aún en muchos lugares el padre es un mueble que más que ayudar estorba.

Mal empezamos, pero peor continuamos. Los mass media nos estimulan, desde el mismo inicio, a crear individualidades. No llores, que molestas a tus padres. No juegues a la pelota, que incomodas a los vecinos. No pintes. No pienses. No tengas más hijos, que te despido. Déjalos en la guardería, que te despido. No. No. No.

Y crecemos sintiendo en algún punto de nuestro interior que no somos más que una causa de molestia.

Cuando llegamos a la etapa de la adolescencia descarga 3empezamos a sufrir otras ráfagas de ametralladora. Entramos dentro del Mundo Material y nos tenemos que someter a sus dictados. La estética y la agresividad son fundamentales: si eres bajito, o tienes unos kilos de más, o llevas gafas, o no eres todo lo despiadado que se debe presuponer a una larva de Macho Alfa, o no quieres seguir la moda del pimpollo de turno, eres apartado, excluido. ¿Quién decide quién es más valioso que quién? Una revista, una película. Una fotografía. Así de absurdo. Pero tragamos y consentimos, y lo que es peor, lo vemos como lo más normal.

Sólo nos dejan aprender aquello que se supone que va a ser útil. Nos enseñan que un individuo vestido con traje y corbata siempre será alguien respetable, y quien salga de ese uniforme es poco menos que un desarraigado social. Y podría ser justo al revés, pero no.

Aprendemos a vivir de apariencias. A juzgar a las personas por lo que poseen. A acumular bienes materiales para presentarlos a terceros y darnos valor con ellos. A entender un trabajo no como un servicio, sino como una carrera profesional, caiga quien caiga.

images 16¿Interesa esta visión? A nosotros no. Pero hay a quien sí le interesa. A quien sacará rédito con ello. Muchas veces puedo repetirme, pero creo que no está de más abundar en algunos pensamientos: a aquellos que dirigen esta sociedad (y, por ende, administran sus privilegios) les interesa que seamos individuos aislados, porque solos somos más manipulables y permeables al consumo y a la domesticación. En lugar de favorecer las uniones duraderas y las familias estables, se nos bombardea incesantemente con la tan manida frase (y tan mal entendida) del Carpe Diem, que en román paladino actual viene a significar “haz lo que te dé la gana, incluso con los demás, que mientras te creas libre, yo te controlaré más y mejor”. En lugar del consumo responsable, se nos invita a acumular cosas innecesarias. Y no sólo materiales. También consumimos relaciones. Las llamamos “experiencias”, “rollos”, “colegueo” y un largo etcétera.

Para acabar llegando siempre al mismo sitio. Una cama vacía, o compartida con un desconocido, y la sensación amarga de que ésa no es la clase de vida que queríamos.

Causas internas y causas externas que images (12)van impresionando nuestro ser en un proceso que dura años, pero que tarde o temprano salta al exterior. En el ínterin, perdemos la noción de la vida como un todo y nos vamos quedando con los retazos dispersos que en parte la constituyen, en forma de relaciones frustradas, sueños inalcanzables, afectos ahogados, ausencias injustificadas y hechos incomprensibles. Es entonces, cuando se oculta la perspectiva, cuando los hechos carentes de contexto se nos figuran como golpes del destino, mala suerte, azar desgraciado y un sinfín de interpretaciones más, y cuando nos convertimos en espectadores pasivos de nuestra propia historia. Todo lo pasivo acaba por resultar dañino, por inacción, por dejarse llevar o —aún peor— cuando son otros los que llevan las riendas, o de los que depende nuestra felicidad o desgracia. La pasividad conduce al conformismo y a que cada impresión del golpe se acumule y haga más doloroso el siguiente. Una suma de varios de ellos, junto con sus consecuencias mal digeridas, empieza a disparar nuestros mecanismos de alerta, alterando sus funciones normales, y preparándolos para fallar un día.

Y es entonces cuando el sol se pone, y llega la pesadilla.

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